
Por estas fechas, mi abuelo materno viajaba a su tierra, Andalucía, para pasar seis meses allí.
Cuando llegaba ese momento, salía corriendo en dirección contraria a la puerta de la calle. Sólo contaba con siete años. Entraba en la cocina y me fijaba en el calendario, que mi padre usaba, donde aparecían los meses, con días en color negro y días en color rojo, algunos tenían notas escritas.
Como un ritual, comenzaba a contar desde ese día y recuerdo que pasaba algunas hojas. No controlaba muy bien el tiempo ni su dimensión, pero sí conocía el dolor de la distancia, su ausencia, no poder hablarle, no poder jugar con él.
Oía a mis padres cómo me llamaban.
Me sentía incapaz de salir, tenía los ojos brillantes de lágrimas.
Pasado un rato, me buscaban y me encontraban.
Después, volvía al calendario, a pasar sus páginas, a contar los días que faltaban para estar con él, para recibir sus cartas.
-¡Qué alegría cuando las recibía!-
La historia se repetía, año tras año. Y así me hice mayor y tomé noción y dimensión del tiempo.
Ahora, aún sigo contando los días.
(2017)

Hola Mayte, hay nostalgia y mucha belleza en las descripciones de tu relato. Cuando miramos atrás en el tiempo, este parece llenarnos de recuerdos, algunos incluso hacen que derramemos algunas lágrimas, pues lo visionado se llena de aquellos momentos y hasta se puede respirar en el pasado. Y que bien has reflejado lo del calendario, antaño sus hojas eran verdaderos indicadores de la medición del tiempo. Me ha gustado mucho leerte, un relato lleno de vida.Feliz noche de domingo, y buen comienzo de semana. P.D. Veo que cambiaste el look del blog, este también está muy bien.
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Sí,cambié el formato porque el anterior visualmente era muy bonito pero poco práctico para trabajar con los gadgets y también para moverte por dentro.Me alegro mucho que te guste el texto. Está escrito con mucho amor. Ay, esos calendarios, yo los sigo usando y escribiendo en ellos. Gracias por tus bonitas palabras y feliz semana, Mila!
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